La alimentación es fundamental para la vida y al mismo tiempo constituye un derecho del que todas y todos tendríamos que gozar plenamente, sin embargo, en el mundo se estima que aún millones de personas no tienen acceso a una alimentación adecuada, suficiente y nutritiva, lo que conlleva a diversos problemas de desnutrición y malnutrición.
Dicha situación se debe a una serie de factores que tienen que ver tanto con el modelo económico centrado en las ganancias, como con la degradación de los recursos naturales básicos para la producción de alimentos, que sitúan en especial desventaja a los grupos más vulnerables: niños y niñas, mujeres y pueblos indígenas.
En este sentido se ha presentado una transformación profunda de los sistemas alimentarios (que implican procesos de producción, transformación, distribución, consumo y desecho) caracterizada por el impulso a la producción de alimentos como mercancía y a la globalización de la alimentación, lo que se traduce en sistemas de producción, distribución y consumo que no toman en cuenta a las personas, ni a la diversidad de los territorios, ni a la relación con el entorno. Particularmente, en México se han implementado políticas públicas enfocadas principalmente al crecimiento económico, favoreciendo únicamente a ciertos grupos privilegiados, contribuyendo a una organización desigual de la alimentación, afectando las condiciones de vida de la población, siendo la dimensión alimentaria afectada notoriamente tanto en la capacidad productiva de nuestras y nuestros campesinos como en el acceso a alimentos de calidad.
El derecho a la alimentación, no implica únicamente el poder acceder de manera estable a los alimentos o a los medios para obtenerlos, término conocido como “seguridad alimentaria”, sino más aún que se tome en cuenta la diversidad cultural, alimenticia y productiva de cada comunidad para lograr potencializar sus capacidades en armonía con el desarrollo social, económico y ecológico.
Reconocer que hay territorios diversos, con particulares relaciones entre sus habitantes y su entorno natural, que en ellos existen conocimientos y técnicas de producción de alimentos que han permitido la subsistencia y la conservación de especies, contribuye a devolver la capacidad de decidir qué se come y cómo se produce, aspectos que definen a la “soberanía alimentaria”.
Por lo tanto, en el contexto rural como en el contexto urbano es importante construir puentes entre las personas y sus alimentos, entre las personas y los que producen sus alimentos. En Proyecto Roberto Alonso Espinosa reconocemos que para alcanzar esta transformación y generar sistemas alimentarios más justos para la economía, la ecología y la comunidad, es necesario impulsar sistemas de producción y consumo de alimentos que tomen en cuenta al entorno y a las personas, para poder acceder de manera equitativa y sustentable a alimentos suficientes, nutritivos, saludables, producidos de forma armónica con el ambiente y culturalmente aceptados, así como a exigir el derecho igualitario a tierras de cultivo, tecnología y mercados, para impulsar la agricultura familiar.
Asumimos este compromiso a través del proyecto Traspatios Holísticos, reconociendo el significativo aporte de la agricultura familiar y campesina a la producción de alimentos, la mitigación de la pobreza, la conservación de la diversidad y de las tradiciones culturales, conformando sociedades más equitativas y adecuadamente nutridas. Nos enfocamos en desarrollar acciones de educación nutricional, de promoción de sistemas alimentarios locales y saludables, mediante la implementación de huertos urbanos y escolares a través de los cuales logramos impulsar capacidades para el desarrollo local sustentable contribuyendo a lograr la soberanía alimentaria en nuestras comunidades.
Bibliografía:
http://www.fao.org/agroecology/database/detail/es/c/1253726/
https://www.undp.org/content/undp/es/home/sustainable-development-goals/goal-2-zero-hunger.html
